jueves, 10 de junio de 2010

Lorenza Capdevielle

Frecuentemente, en la obra gráfica del arquitecto hay signos que acusan una mirada distinta a la del artista plástico puro, por así llamarlo —como los hay, por ejemplo, en la del escultor que incursiona en la bidimensionalidad del papel. Signos como el peso que cobra la línea, cierta cualidad del trazo que denota cálculo y mente matemática, la preferencia de determinadas materias primas (el grafito del lápiz, la tinta del estilógrafo, la acuarela…). Pero más allá de éstas y otras cualidades específicas, el artista arquitecto suele infundir en su obra un componente sobre el que, por de-formación, tiene facultades privilegiadas: una visión única del espacio y las cosas que contiene. Lo que portentosamente hizo Filippo Brunelleschi hace casi seis siglos abrió un cauce por el que, de manera más discreta, han transitado muchos otros artistas arquitectos.

Como nadie, el arquitecto es capaz de comprender la relación que guardan las presencias en el espacio, entre sí y con el sitio donde se encuentran; no olvida que el árbol que ha concebido debe ocupar un lugar, que su peso específico está en función directa de su entorno; no persigue la armonía en el papel sino en el espacio que sugiere el papel. Su pasión es el espacio.

Tal vez por ello Lorenza Capdevielle se ha interesado tanto en los árboles, esa especie que por su permanencia nos aleja de la dimensión del tiempo —o mejor dicho: nos instala en un tiempo inmóvil— y nos sume de lleno en el espacio, olvidados de nuestra condición transitoria. Ninguna criatura se sale del tiempo tanto como un árbol. El sosiego de situarse en medio de una arboleda, al pie de un elevado abedul, es el sosiego del espacio sin tiempo, y es el sosiego de la obra de Capdevielle.

Hay en estas páginas al menos dos instancias en las que Lorenza transgrede esta propuesta. El bambú de la portada, que casi parece crecer ante nuestra mirada, y ese árbol esbozado junto al cual una sugerida ave planea. Pero vistos en perspectiva, estos trazos del tiempo no hacen sino enfatizar la estadía, ofrecernos un dato que, por contraste, sirve para destacar el tiempo inmóvil.

Los árboles, la arquitectura, su combinación en el trabajo gráfico de Lorenza Capdevielle son, ante el tránsito de la vida humana, recordatorio de una permanencia.





articulo original publicado en la revista Este País.